De eso se tratará la rutina de descanso, de elegir cada mañana hacia qué playa dirigirse para disfrutar de una jornada donde la naturaleza se entrega en paisajes de ensueño.

Cada uno de los cayos cuenta con su particularidad, intensos colores turquesas que contrastan con las arenas blanquecinas, los verdes claros de los manglares y los celestes del cielo. Además, conservan la impronta marcada por los antepasados, cuando allá por fines del 1800 llegaron los primeros habitantes provenientes de las Antillas Holandesas, Aruba, Curazao, entre otros y las nombraron con exóticos nombres como los que llevan las más visitadas: Francisquí, Madrisquí o Krasquí, el sufijo «quí» corresponde al término inglés «key» que significa «cayo». Y así es,como a primera hora de la mañana se sorteará curiosamente qué playa será la elegida para visitar y subiéndonos a la lancha, nos dispondremos a pasar el día.

En algunas habrá servicio de restaurante con apetitosos manjares de los más variados pescados, o bien, llegará el lugareño ofreciendo la pesca del día, pulpo, langosta o almejas, para comerla acompañada de un arroz blanco, ensalada fresca y el «infaltable» tostón (plátano frito). Un cafecito con sabor a canela y buñuelos tibios con almíbar serán el postre de un mediodía con la postal del mar Caribe penetrando por los ojos. La calidez de las manos que saben de recetas y la sonrisa curtida generarán ese «ida y vuelta» de cordialidad. Eso sí, nunca faltará el detalle: las flores silvestres, caracoles o estrellas de mar decorando la mesa. Luego vendrán largas caminatas, donde se podrán apreciar las gigantes caracolas y los restos de corales traídos por un mar calmo.

Se cruzará alguna que otra oscura lagartija recordándonos que todo lo que la madre naturaleza presenta, se preserva como el más maravilloso de los tesoros. También, un rato de práctica de snorkel permitirá observar cientos de especies de peces, estrellas de mar, tortugas y enormes corales. La vida brilla en cada playa de Los Roques, porque allí es donde el ser humano se convierte en espectador de la maravillosa creación.